viernes, 11 de octubre de 2013

Forever alone

Amores que aguardan...

Eran las 8 de la tarde. Las calles estaban casi vacías, y apenas se percibía susurro alguno, salvo un pequeño murmullo que bien provendría del pequeño grupo de ancianos situados en el parque más próximo a nosotros. El silbido de los árboles, al crujir sus ramas, daban paso a un ambiente tétrico y sepulcral, propio de una historia de terror. "Como sigamos aquí parados perderemos el tren" -dije, con voz entrecortada, por el frío. Pero nadie me hizo caso: Andrés pintaba con tiza en el suelo, Alba y Belén hablaban y Juan parecía estar en su mundo de luz y color. Poco a poco me iba poniendo cada vez más y más nervioso, al punto de llegar a la histeria, pero seguían sin prestarme atención. Un grave tullido nos avisó de que se aproximaba la hora de llegada del transporte. Observe por primera vez que Juan me prestaba atención y aproveche para repetir. "Chicos, tenemos que irnos. ¡Ya!". Esta vez lo dije en un tono bastante más elevado. Todos se giraron hacia mí, y asintieron con la cabeza. Emprendimos el largo camino que teníamos hasta la parada. Yo miraba el reloj. "No vamos a llegar", pensaba todo el rato. El viento chocaba bruscamente contra nuestra nuestro rostro, que tornaba a un color rojizo, lo que por otra parte era normal, ya que corríamos a la máxima velocidad que nos permitían las piernas. A medida que avanzábamos calle abajo, se podía apreciar como la luz se volvía te un tono más oscuro aun si cabe. "Por fin" -pensé. Alba suspiraba, puesto que no estaba acostumbrada a darse esas carreras. Ante nosotros teníamos una inmensidad de escaleras, que parecían no tener fin.


"Pi pi pi pi, pi pi pi pi, pi pi pi pi" Un día más me despierto alterado. Instintivamente me incorporo, cojo mi ropa, y me dirijo hacia el baño, evitando toda clase de objetos esparcidos por el estrecho pasillo, a modo de pequeñas trampas destinadas a acabar con cualquiera que pasara por allí. Abro la puerta, entro, y cierro de nuevo.   Como si se tratara de una máquina autómata, me miro al espejo y pienso en voz alta: “pero que he hecho con mi vida”. Después de unos minutos de reflexión, dejo la ropa en la ventana e introduzco mi cuerpo en la ducha, de la cual emerge un agua calentita, y poco a poco me voy desperezando.
Una vez vestido, preparo el desayuno y salgo por la puerta. “Odio la rutina” –me viene repentinamente a la cabeza, sin ninguna razón lógica. Inicio el camino hacia la oficina de correos, para ver si he recibido correspondencia, pero no hay nada. Nunca había nada. Al salir del lugar, un escalofrío recorre mi cuerpo, como si intentara avisarme de algo. Pero yo no lo doy importancia.

Iniciamos el descenso por las escaleras, y nos adentramos en la estación. “Esto es una tortura para los gemelos” –brama Alba- “Deberían de estar prohibidas”. Unas risas se escapan de la boca de Juan, que por primera en todo el día, parecía prestar atención. Pero las risas se desvanecieron fugazmente, al comprobar que, en efecto, habían perdido el tren. “No puede ser cierto” –exclamó Andrés- “No podemos haberlo perdido”. Yo miraba hacia un lado y hacia otro, intentando encontrar, sin éxito, alguna solución. Pero hubo un punto en el que mis ojos se detuvieron inesperadamente. Allá, sentado en un banco al fondo, se encontraba la chica con la que había estado soñando de forma inconsciente los últimos días.
Mientras tanto, los demás estaban cada vez más alterados, discutiendo a voces, llamando la atención a todo el mundo allí presente. Como la disputa no cedía, un guardia se acercó a pedirnos amablemente que bajáramos el tono de voz, hecho que tuvimos que aceptar si no queríamos ser expulsados del lugar. Desesperados comenzamos a dar vueltas de un lado para otro, pero al final paramos. “Será mejor que nos sentemos” –propuso Belén- “no ganamos nada poniéndonos nerviosos”. Ese era mi momento. Mi momento para decir que nos acercáramos al banco en el que estaba aquella chica, cual ángel esperando. Al aproximarnos, pude advertir cómo ella dirigía su vista hacia mí, pero en el momento que le dirigía la mirada, ella rápidamente bajaba la cabeza intentando disimular. Pero nuestra estancia allí duró poco tiempo. En pocos minutos pudimos divisar un tren que se acercaba en la distancia. Me sentía feliz, pero en el fondo estaba triste porque no volvería a ver a aquella dama, que parecía estar hecha para mí.

Retomo el camino de vuelta a casa sorteando a la gente, que parecía avanzar en dirección hacia mí simulando una avalancha en la nieve. Cuando al fin logré escapar de la multitud, volví a sentir el escalofrío, pero esta vez era más fuerte. Esta vez, le doy importancia y echo una ojeada a mí alrededor, hasta que me detengo en una silueta que paraliza mi mente durante unos instantes. Era ella de nuevo. La chica con la que había estado soñando sin motivo durante mi adolescencia, y cuya belleza había podido contemplar 14 años atrás.




Y AHORA VOY A HACER UN POCO DE SPAM POR SI ME QUERÉIS SEGUIR EN TWITTER
 @carloslovingos


No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡¡Animaos y comentad!!