Amores que aguardan...
Eran las 8
de la tarde. Las calles estaban casi vacías, y apenas se percibía susurro
alguno, salvo un pequeño murmullo que bien provendría del pequeño grupo de
ancianos situados en el parque más próximo a nosotros. El silbido de los
árboles, al crujir sus ramas, daban paso a un ambiente tétrico y sepulcral,
propio de una historia de terror. "Como sigamos aquí parados perderemos el
tren" -dije, con voz entrecortada, por el frío. Pero nadie me hizo caso:
Andrés pintaba con tiza en el suelo, Alba y Belén hablaban y Juan parecía estar
en su mundo de luz y color. Poco a poco me iba poniendo cada vez más y más
nervioso, al punto de llegar a la histeria, pero seguían sin prestarme
atención. Un grave tullido nos avisó de que se aproximaba la hora de llegada
del transporte. Observe por primera vez que Juan me prestaba atención y
aproveche para repetir. "Chicos, tenemos que irnos. ¡Ya!". Esta vez
lo dije en un tono bastante más elevado. Todos se giraron hacia mí, y
asintieron con la cabeza. Emprendimos el largo camino que teníamos hasta la
parada. Yo miraba el reloj. "No vamos a llegar", pensaba todo el
rato. El viento chocaba bruscamente contra nuestra nuestro rostro, que tornaba
a un color rojizo, lo que por otra parte era normal, ya que corríamos a la
máxima velocidad que nos permitían las piernas. A medida que avanzábamos calle
abajo, se podía apreciar como la luz se volvía te un tono más oscuro aun si
cabe. "Por fin" -pensé. Alba suspiraba, puesto que no estaba
acostumbrada a darse esas carreras. Ante nosotros teníamos una inmensidad de
escaleras, que parecían no tener fin.
"Pi pi
pi pi, pi pi pi pi, pi pi pi pi" Un día más me despierto alterado.
Instintivamente me incorporo, cojo mi ropa, y me dirijo hacia el baño, evitando
toda clase de objetos esparcidos por el estrecho pasillo, a modo de pequeñas
trampas destinadas a acabar con cualquiera que pasara por allí. Abro la puerta,
entro, y cierro de nuevo. Como si se
tratara de una máquina autómata, me miro al espejo y pienso en voz alta: “pero
que he hecho con mi vida”. Después de unos minutos de reflexión, dejo la ropa
en la ventana e introduzco mi cuerpo en la ducha, de la cual emerge un agua
calentita, y poco a poco me voy desperezando.
Una vez
vestido, preparo el desayuno y salgo por la puerta. “Odio la rutina” –me viene
repentinamente a la cabeza, sin ninguna razón lógica. Inicio el camino hacia la
oficina de correos, para ver si he recibido correspondencia, pero no hay nada.
Nunca había nada. Al salir del lugar, un escalofrío recorre mi cuerpo, como si
intentara avisarme de algo. Pero yo no lo doy importancia.
Iniciamos
el descenso por las escaleras, y nos adentramos en la estación. “Esto es una
tortura para los gemelos” –brama Alba- “Deberían de estar prohibidas”. Unas
risas se escapan de la boca de Juan, que por primera en todo el día, parecía
prestar atención. Pero las risas se desvanecieron fugazmente, al comprobar que,
en efecto, habían perdido el tren. “No puede ser cierto” –exclamó Andrés- “No
podemos haberlo perdido”. Yo miraba hacia un lado y hacia otro, intentando
encontrar, sin éxito, alguna solución. Pero hubo un punto en el que mis ojos se
detuvieron inesperadamente. Allá, sentado en un banco al fondo, se encontraba
la chica con la que había estado soñando de forma inconsciente los últimos
días.
Mientras
tanto, los demás estaban cada vez más alterados, discutiendo a voces, llamando
la atención a todo el mundo allí presente. Como la disputa no cedía, un guardia
se acercó a pedirnos amablemente que bajáramos el tono de voz, hecho que
tuvimos que aceptar si no queríamos ser expulsados del lugar. Desesperados
comenzamos a dar vueltas de un lado para otro, pero al final paramos. “Será
mejor que nos sentemos” –propuso Belén- “no ganamos nada poniéndonos
nerviosos”. Ese era mi momento. Mi momento para decir que nos acercáramos al
banco en el que estaba aquella chica, cual ángel esperando. Al aproximarnos,
pude advertir cómo ella dirigía su vista hacia mí, pero en el momento que le
dirigía la mirada, ella rápidamente bajaba la cabeza intentando disimular. Pero
nuestra estancia allí duró poco tiempo. En pocos minutos pudimos divisar un
tren que se acercaba en la distancia. Me sentía feliz, pero en el fondo estaba
triste porque no volvería a ver a aquella dama, que parecía estar hecha para
mí.
Retomo
el camino de vuelta a casa sorteando a la gente, que parecía avanzar en
dirección hacia mí simulando una avalancha en la nieve. Cuando al fin logré
escapar de la multitud, volví a sentir el escalofrío, pero esta vez era más
fuerte. Esta vez, le doy importancia y echo una ojeada a mí alrededor, hasta
que me detengo en una silueta que paraliza mi mente durante unos instantes. Era
ella de nuevo. La chica con la que había estado soñando sin motivo durante mi
adolescencia, y cuya belleza había podido contemplar 14 años atrás.
Y AHORA VOY A HACER UN POCO DE SPAM POR SI ME QUERÉIS SEGUIR EN TWITTER
@carloslovingos
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡¡Animaos y comentad!!